
Es difícil el consenso. El fútbol no escapa a esa regla de la vida. Los resultadistas y los amantes del lirismo, nunca transitaron el mismo camino. Pero hubo excepciones, con aquellos equipos que lograron la unanimidad. Sin dudas, Argentinos Juniors 1984/85 logró ubicarse en esa selecta y reducida lista. Con un fútbol exquisito, pero también efectivo, se dio el lujo de pasear su juego por todas las canchas que pisó, llegando a la cima, el 24 de octubre de 1985, al consagrarse campeón de la Copa Libertadores.
La mesa del comedor en el departamento donde vivíamos con mis viejos. Armada aquella noche por el cumpleaños de mi vieja, en una reunión con varios invitados, programada con tiempo, con la clásica organización que siempre caracterizó a mi familia. A último momento, dos días antes, se supo que sería noche definitoria de Copa Libertadores. Y el guiño cómplice de ella, como siempre, sumando el televisor a la reunión, para no perderme ni un segundo de esa final, donde todos los hinchas del fútbol argentino, sin distinción de edad o club, queríamos que ese equipo levantase el trofeo.

El pequeño televisor blanco y negro (el de color estaba en la habitación) trajo con su pretendida y nunca alcanzada nitidez, el instante supremo. Argentinos Juniors y América de Cali no se habían sacado diferencias a lo largo de las tres finales. Cada uno ganó como local 1-0 y en el desempate, con alargue incluido, igualaron en un tanto. Solo los penales determinarían al vencedor. En los primeros ocho, la efectividad fue total. Anthony de Ávila tomó cinco pasos de carrera y su remate fue contenido por Enrique Vidallé quien, como en todas las ejecuciones anteriores, se había arrojado hacia su derecha.
El árbitro chileno Hernán Silva, de manera increíble, se confundió con la cuenta, y movió sus brazos, cruzándolos sobre la cabeza, decretando el final. Pero al equipo argentino aún le quedaba uno. La insólita situación produjo una invasión para los festejos y la consecuente demora, cuando al juez lo informaron de su error. Si había un futbolista de Argentinos Juniors templado para esa situación era Mario Hernán Videla. Caracterizado por su andar cansino y un enorme talento con la pelota en los pies, no iba a perder la calma, aunque pasara media hora. Acomodó el balón con tranquilidad y al escuchar la orden, la colocó suave, de rastrón, a la izquierda de Falcioni que eligió el otro lado, para decretar la merecida explosión de los Bichitos de La Paternal.

Adrián Domenech había recorrido las inferiores de Argentinos, esas donde se potencia el gusto por el buen juego. Llegó a primera división, en tiempos donde comenzaba a deslumbrar un chico llamado Diego Armando Maradona. Disfrutó un par de años con él, de pelear títulos y andar de gira por el mundo. Cuando el crack se marchó a Boca, para los Bichos fue volver atrás en el tiempo, regresando a los tiempos proletarios, donde había que luchar por mantenerse en la máxima categoría. Atravesó todas las experiencias y, con justicia, se ganó el honor de ser el capitán de ese equipo y poder tener en sus brazos la Copa Libertadores.
Aquella noche de Asunción, no fue una más en su vida: “Nunca había querido que mi mamá fuese a la cancha a verme. Por la estructura que tenía la copa, nos tocó ir una semana a Río de Janeiro para enfrentar a Vasco da Gama y Fluminense. Cuando me enteré que en el club estaban armando un viaje para los hinchas a esa hermosa ciudad, le conseguí un lugar a mi vieja para que se sumara. Como ganamos los dos partidos, se convirtió en la cábala de la gente, comenzó a ir siempre, sin que yo lo supiese. La final contra América de Cali se definió en un tercer partido en Paraguay y ella ya estaba súper embalada (risas). Se subió sola a un micro en Retiro y se bajó en Asunción. Salimos campeones. Yo estaba con el trofeo en la mano dentro del campo de juego y vi que se me venía un malón de gente de Argentinos con una persona en andas que subía y bajaba. Cuando los tuve cerca, me di cuenta que era ella y me quería morir. Nos pusimos a llorar en uno de los momentos más emocionantes de mi vida”.

El humilde club de barrio, fundado el 15 de agosto de 1904, ahora era el dueño de América. Y la conquista había sido con sus armas de siempre, ese sello distintivo que sale en una muestra de ADN a cualquiera de sus hinchas: toque, buen trato de pelota y una liturgia de juego pulcro, a ras del piso. De allí salió Maradona, inaugurando el estandarte que ellos exhiben con orgullo: el semillero del mundo. Argentinos quedaría en la historia por ser campeón en su primera participación. Eran tiempos donde cada país tenía solo dos representantes. Los Bichitos no lo habían podido lograr en la gloriosa época de Diego, pero había llegado el momento, gracias al título obtenido en el torneo de primera división 1984
La temporada ‘85 fue bastante particular para el fútbol argentino, con la disputa del último Nacional de la historia, por la innovación de la llegada de los torneos por temporada, de mitad de año a otra. Pero el largo parate por las eliminatorias, hizo superponer a ambas competencias que se desarrollaban los domingos y los miércoles, respectivamente, a partir de julio. A fines de ese mes, además, comenzó la Copa Libertadores para los cuadros nacionales. Argentinos Juniors, participaba en las tres, al punto que llegó a disputar 18 partidos oficiales en 60 días, a razón de uno cada 72 horas. Una locura.

En la apertura del grupo 1, Ferro Carril Oeste venció como visitante a Argentinos Juniors 1-0 en partido disputado en la cancha de Vélez. Para los Bichitos llegaba el desafío de tener que ir a Brasil, a disputar los dos partidos en cuatro días, como lo evoca Domenech: “Recuerdo que fue exitoso el desempeño allá, donde ganamos en las dos presentaciones. Primero contra el Vasco da Gama fue por 2-1 y nos retiramos aplaudidos por todo el estadio, porque hicimos un enorme partido. Luego fuimos al Maracaná para enfrentar a Fluminense y también nos quedamos con la victoria, en este caso por 1-0. Después ellos vinieron para acá y se nos complicó muchísimo. Contra Vasco de Gama, en una cancha pesada, porque había llovido mucho, sufrimos hasta el final. El campo de juego estaba ideal para barrer y tirarse al piso, como nos gusta a los temperamentales (risas). Empezamos ganando y nos lo dieron vuelta. Cuando faltaban dos minutos, teníamos un tiro de libre desde el costado y fuimos todos a buscar al área. El Chivo Pavoni me la bajó de cabeza para atrás, como venía le pegué y entró junto al palo. Se tenía que dar, porque pasó entre diez jugadores, entre compañeros y rivales y se clavó”.
Fue un gol clave, decisivo, pero no tanto en ese momento, sino unas semanas más tarde, cuando llegó el tiempo de la sumatoria final en la zona. Argentinos Juniors hizo su parte en la fase de grupos, pero no consiguió la clasificación. Al concluir, tenía 9 puntos, pero dependía de lo que pasara con Ferro en su excursión a Brasil. El cuadro de Caballito sumaba 6 unidades y si ganaba ambos cotejos, sellaba el pase a las semifinales. Venció a Vasco da Gama 2-0, pero ante Fluminense empató sin goles. Los dos equipos argentinos quedaron igualados y, como marcaba el reglamento, debían disputar un partido de desempate. De manera increíble, no se jugó en cancha neutral, sino en Caballito. Los locales empezaron ganando con un cabezazo del Gallego González, pero Argentinos, en una ráfaga de buen juego y efectividad, marcó tres goles en ese primer tiempo, para decretar el 3-1 final y poder avanzar a la nueva instancia, donde lo esperaban Blooming e Independiente, el campeón defensor.

“Fue una zona pareja -recuerda Domenech- porque con Independiente salimos 2-2 en cancha de Ferro, y luego los dos empatamos en Bolivia contra Blooming y le ganamos acá. El tema era que ellos tenían mejor diferencia de gol, por eso, debíamos ganarle el cruce final del grupo en Avellaneda. Fue un partido extraordinario e histórico, recordado por mucha gente hasta el día de hoy, de esos que quedan por siempre grabados en la memoria. Ganamos 2-1, pero con sufrimiento, porque sobre la hora, Quique Vidallé le atajó un penal a Marangoni, que nos dio la clasificación a la final”.
Fue un choque memorable. Sin televisación, como solía pasar en aquellos años con los que se jugaban en cancha de Independiente, por decisión de la dirigencia. Por suerte, sobrevivieron imágenes de noticiero de época, para revivir una noche plena de fútbol. Argentinos estaba en la final y debía encontrarse con el poderoso América de Cali, como lo evoca Domenech: “En la ida ganamos de local en cancha de River por 1-0 con gol de Commisso y con esa ventaja viajamos a Cali. El resultado dice que perdimos 1-0, pero fue todo muy particular, porque nos anularon tres goles. Era un momento especial en Colombia, que desconocíamos en esa época y entendemos ahora, por la influencia que tenían Escobar Gaviria y Rodríguez Orejuela. Lo sabíamos por arriba, pero lo padecimos, sobre todo los días que estuvimos en el hotel, con las cosas típicas de aquellos años de la Copa Libertadores. Nos quisieron sacar ventajas con el vuelo a Paraguay, donde debía disputarse la tercera final, 48 horas más tarde, volando ellos primero, para ganar tiempo de descanso, pero nos pusimos firmes y lo hicimos todos juntos. El partido de Asunción se empezó a jugar apenas culminado el de Cali”.
Para ese tercer y definitivo partido, el técnico José Yudica tuvo que armar un equipo distinto, al no poder contar con los dos clásicos punteros, Pepe Castro y Carlos Ereros, que eran una garantía en el ataque. Allí se dio una situación particular, porque el técnico decidió que Jorge Olguín saliese del fondo para actuar en el medio, para tener mayor manejo y compensar las ausencias. Pero este le dijo que no, que debían ingresar los suplentes naturales en la posición de volante por derecha, que eran J. J. López o Miguel Ángel Lemme. El DT impuso su pensamiento y el campeón del mundo del ‘78 fue titular, en una formación llena de mediocampistas, con Claudio Borghi como único punta.
Emilio Commisso abrió el marcador a los 37, pero solo 4 minutos más tarde igualó Ricardo Gareca con un golpe de cabeza. El empate no se movió. Ni en los 90, ni en los 120, ni en los primeros ocho penales de la serie, hasta que Vidallé adivinó la intención de De Ávila, y lanzó una volada eterna, que será evocada por siempre por la gente de La Paternal. Lo mismo que la tranquilidad del Panza Videla, para colocar suavemente la pelota en el arco y en la historia grande de Argentinos Juniors y del fútbol argentino.
