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Milei ante un escenario ideal y una prueba central que supera el discurso

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Javier Milei, en el acto de celebración electoral: imagen cuidada

Todo fue muy cuidado en la noche de festejo violeta. Javier Milei celebró el triunfo -sorpresivo por su alcance incluso para Olivos- con un giro diferente al sello de campaña. Lo hizo con imagen inhabitual -saco y corbata-, mensaje preciso y medido, y foto equilibrada de poder, flanqueado por Santiago Caputo y Karina Milei. Frente al escenario ideal expresado en el recuento de votos, evitó el verbo arrasar -insinuado en alguna etapa electoral- y prefirió una lectura que sólo dejó afuera al peronismo/K y que utilizó para convocar a otros espacios políticos, a tono con esta especie de polarización atenuada.

Los números fueron contundentes. El oficialismo triunfó en 16 de los 24 distritos y se aseguró una base fuerte en el Congreso más que para sostener vetos, para encarar iniciativas en base a alianzas. Y sobre todo, sacudió el tablero con la impactante reversión del resultado en la provincia de Buenos Aires, después de la dura derrota de septiembre. Algo que, por lo demás, no fue sólo un fenómeno bonaerense, sino repetido en otros territorios que habían resultado adversos en la sucesión de elecciones locales.

El cuadro incluye otros trazos fuertes. El peronismo entra en un proceso agudo de internas, especialmente en el kirchnerismo. Anoche, en el demorado escenario de Buenos Aires, fueron notables las tensiones, acentuadas por números que apenas unas horas antes eran descartados: se analizaba, en todo caso, cuánto podría recortarse la ventaja sobre LLA y no se hablaba de derrota hasta que llegaron los resultados reales.

La disputa entre el núcleo de CFK y el armado de Axel Kicillof enfrenta una etapa que parece definitiva. Se verá. Y también asoman interrogantes sobre los movimientos en el resto del peronismo: qué harán aquellos jefes locales que logaron sostenerse en sus provincias, como anotaron Tucumán, Formosa, La Pampa, en primera línea. Disputa doméstica que, además, reabre el juego de la relación directa con Olivos y su correlato en el terreno legislativo.

Milei envió un mensaje que alcanzó a gobernadores del golpeado proyecto de Provincias Unidas, a provinciales y también a peronistas que tenían buen trato con el Gobierno. Eso, con el eco de la etapa acuerdista: fueron fundamentales para aprobar leyes o frenar avances de la oposición dura. Esa invitación a las negociaciones –es decir, a reconstruir puentes dañados por voluntad propia– corrió a la par de una interpretación posible pero no única del voto que no fue a LLA y tampoco al kirchnerismo. El discurso presidencial se afirmó en esta lectura: dos de cada tres personas votaron por no volver al pasado. Por supuesto, la réplica peronista dice que seis de cada diez votaron en contra del Gobierno.

El tema, por supuesto, es más que matemático. Y el análisis -fuera de chicanas políticas- no puede ser hecho sin anotar los alcances atenuados del impulso a la polarización extrema y, algo descuidado como proceso, la baja en la participación ciudadana. Es una tendencia que se venía expresando en la decena de comicios locales previos y se registró ahora para renovar diputados y senadores.

La cuenta nacional, en base al rubro diputados, marcó 40,7 por ciento para la LLA y 31,7 para Fuerza Patria y otras vertientes peronistas. Nueve puntos de diferencia, dato central. El conglomerado que quedó por afuera de esas dos expresiones -desde Provincias Unidas hasta la izquierda, además de espacios provinciales- sumó unos 28 puntos. Un conjunto nada despreciable. Y a la franja más inclinada al diálogo apuntó precisamente Milei, como lectura política antes que matemática.

Imagen de derrota en el demorado escenario de Fuerza Patria

Las experiencias previas a la elección nacional, con significativo registro de ausentismo, fueron interpretadas por Olivos como un dato preocupante. Pensaba, con cierta razón, que parte del “no voto” exponía una pérdida de votantes que hace dos años acompañaron el discurso anti-casta, como canal del disgusto con “la” política. Y por eso mismo, puso énfasis en la convocatoria a votar, algo que, de manera lamentable, no hicieron sectores de la oposición dura. La caída en el porcentaje de votantes fue algo menos a la esperada, pero significativa. La participación fue del 67,9 por ciento, casi cuatro puntos menos que la marca más baja en el historial de elecciones de medio término: fue en el 2021, aún con los efectos de la muy extensa cuarentena.

Al margen de la disputa de interpretación que ya se planteó en la noche de la votación, el punto es que para el Gobierno se abre terreno más llano, pero cuyo potencial, como ocurrió en similares cuadros de anteriores gestiones, depende en buena medida de la capacidad de generar política desde el poder. En este caso, está atada a la intención real de abrir el juego para avanzar con proyectos propios en el Congreso y dejar atrás la sucesión de derrotas legislativas que, en rigor, expusieron malestar frente a la cerrazón violeta.

Está claro además el peso del reclamo que acompañó la asistencia, crucial, decidida por Donald Trump y ejecutada por Scott Bessent. Más allá de la real dimensión y de la expresión concreta del apoyo -en términos de reciprocidad-, el mensaje estuvo en línea y profundizó las señales iniciales del FMI: la necesidad de mayor sostén político para los planes del Gobierno. La traducción es desde entonces la demanda de consenso para la reformas tributaria, previsional, laboral.

Por supuesto, son temas sensibles. Y eso remite a la voluntad y capacidad de negociación en el Congreso. Vale recordarlo: en su momento dialoguista, Olivos logró -con reformas, fruto de la negociación- la Ley Bases y el aval al mecanismo del decreto para allanar el acuerdo con el FMI, además de sostener un par de vetos.

Hasta las horas previas a la elección de este domingo, el oficialismo anticipaba la convocatoria a gobernadores y, sobre todo, un rearmado del Gabinete precipitado por sus disputas domésticas y que debería exponer decisión de apertura política, en sintonía con los señalamientos de Washington.

El resultado electoral puede cambiar el sentido de los posibles cambios o por lo menos, distender el clima. Milei ratificó con varios gestos a Guillermo Francos como jefe de Gabinete. Repartió elogios a otros funcionarios -en lugar destacado, Luis Caputo– y ratificó como piezas centrales a Santiago Caputo y Karina Milei.

Eso hace a los intentos de equilibrar la interna. Pero la cuestión de fondo supera el foco doméstico, porque hace al modo de entender el ejercicio de la negociación, sin apostar a la subordinación política. Los movimientos podrían ser advertidos bastante antes del recambio legislativo de diciembre. Primera prueba: el Presupuesto, después de dos años sin ley y con extensiones de dibujos heredados de la última etapa K. El proyecto ya está en el Congreso.

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