Un fútbol que no se cuida a sí mismo ni se toma en serio. El fútbol argentino, lleno de ribetes dantescos y ridículos, es capaz de correr sus límites hasta el fango de las extravagancias más absurdas. Un streamer en un equipo de Primera, únicamente con fines promocionales, apareció como el último disparate con una tóxica onda expansiva. La distorsión definitiva, la impunidad de un esperpento a cielo abierto.
La burla en primer plano y frente a una inmensa audiencia. Para pisotear los sueños y el esfuerzo que habitan decenas de pensiones juveniles por todo el país. Para embaucar al torneo, para estafar a los espectadores, para mofarse de todos. Y no importa que no dejó daños en la cancha porque el experimento apenas duró menos de dos minutos. Ya es lo de menos. La huella queda y el testimonio es espantoso. Ni curioso, ni simpático, ni original. No vale escudarse en eufemismos como bizarro. No, resultó vergonzoso. Una irrespetuosa movida de marketing, con el fantasma de las apuestas merodeando. Lograda la atracción, inevitable en tiempos líquidos de contenidos superficiales, la condena es el único paso reparador.
Riestra consiguió su propósito, claro, su nombre alcanzó altísimas viralizaciones. No valen la constancia ni una historia de vida y superación para trascender. La certificación del vacío, la ausencia de méritos. ‘Spreen’ también se rió de sus millones de seguidores en YouTube, en Twitch, en Instagram, en Twitter y en Kick.
Es imprescindible algún dique de contención contra el ridículo. De parte de la AFA, de Agremiados, de la Asociación de Técnicos, de alguien con cordura y sensatez. De Riestra nada se puede esperar, claro. Tampoco de Cristian Fabbiani, que en mayo avaló el debut de Mateo Apolonio, con 14 años y 29 días solo para conseguir un récord de precocidad. Cada actor que se quede en silencio deberá cargar con la culpa de ser cómplice de otra parodia indigna.
Un campeonato devaluado, sin descensos en un gigantismo alarmante, con reglas borroneadas, con arbitrajes cuestionados y dirigentes serviles, también habilita estos despropósitos. Sin transparencia, rectitud ni ejemplaridad, los desbordes se enquistan. El espejo le devuelve una monstruosa deformación al fútbol argentino. Descontroladamente absurdo.